LA ESENCIA DE LA VIDA
UNA BIOLOGÍA FILOSÓFICA
Patricio Valdés Marín
La vida es un fenómeno distintivo que presenta la
naturaleza en la biósfera terrestre, al menos hasta donde podamos saber, ya que
en el resto del universo no se la ha observado aún de modo alguno. El que una
cosa, cuyas partes son enteramente físicas, se alimente, crezca y se reproduzca
resulta algo extraordinario respecto a toda otra cosa conocida. La combinación
especial de sus átomos y moléculas produce algo enteramente animado con fuerza
propia. De sus progenitores un organismo biológico recibe un código que indica
cómo debe auto-estructurarse. Un problema aún no resuelto es cómo fue que en la
Tierra apareció alguna vez –y una sola vez– la vida, pues para poder existir
este código requiere primeramente de la estructura que consigue conformar. Seguramente,
la respuesta incluye que el principio estructurador que posee la materia es
superior a alguna tendencia hacia una entropía desorganizada.
Todas las cosas existentes en el universo están construidas
a partir de energía primigenia. Esta energía se materializó en las partículas
fundamentales, las cuales han generado estructuras funcionales en sucesivas
escalas progresivas, cada vez más complejas y funcionales. Esta ley general de
la materia explica la existencia de los organismos vivos sin necesidad alguna
de recurrir a fuerzas extrañas al universo. La evolución del universo y su
estructuración según la termodinámica han desembocado en una organización que
llamamos vida. Los componentes o unidades discretas de estas estructuras vivas,
que son sus subestructuras, son propias del mundo físico natural, como átomos,
moléculas y cadenas peptídicas y proteicas, con sus propias funciones
específicas. La vida como la conocemos define estructuras que se
auto-estructuran y se desarrollan, interactúan con el medio, son internamente
estables –propiedades que se puede englobar en el término “supervivencia”– y se
reproducen según pautas determinadas por códigos genéticos que portan. La
cúspide de la organización biológica es un organismo con un un cerebro con la capacidad
psíquica de conciencia de sí de sentimientos y de acción intencional.
El organismo biológico
Hace más de tres mil quinientos millones de años atrás,
se originó la vida. Consistió en la formación de centros o núcleos en caldos
ricos en aminoácidos que generaron determinadas reacciones químicas que
formaron cadenas nucleicas y polipeptídicas y además, desde un punto de vista
de tensiones superficiales, cuando dichos núcleos alcanzaban un diámetro
similar al tamaño de una célula actual, sufrían una división mecánica a causa
probablemente a efectos de la tensión superficial. En una segunda instancia la
división fue similar a la mitosis, en el sentido que cada parte retuvo toda la
información genética acumulada. El desarrollo de estas instancias
físico-químicas culminó en la entidad biológica de una célula capaz de
nutrirse, desarrollarse y dividirse en dos células, y así, sucesivamente, hasta
que la vida siguió extendiéndose por sobre la faz de la Tierra. En esta etapa
la vida fue cambiando sus formas y se hizo más funcional en la perpetua
búsqueda por una mejor adaptación a las duras e inestables condiciones del
medio, siguiendo un mecanismo de pervivencia que denominamos evolución
biológica. Mientras las formas vivientes evolucionaban, iban alterando la
Tierra y permitían nuevas formas de vida.
La primera forma primitiva de vida que logró sobrevivir y replicarse
transmitió a su progenie las dos características que impulsan el desarrollo
biológico, la supervivencia y la reproducción. Todos los seres vivientes
terrestres pertenecemos a una gran familia que no ha tolerado emigrantes
alienígenas ni especies de origen paralelo.
Un organismo biológico es una estructura viviente, pero
no es una máquina, como supusieron los mecanicistas. Lo que lo diferencia de
una máquina es que su producto es la estructuración de sí mismo, que su
existencia depende de esta actividad cuando interactúa con el medio para nutrirse,
cobijarse y protegerse y que es capaz de procrear otros individuos. En cambio,
la máquina está ya estructurada previamente y no requiere modificación alguna
para producir cosas ajenas a su propia estructura a partir de un flujo de
insumos. Y si se le cortara el suministro de cualquier insumo, no sufriría ni
menos moriría como un organismo biológico, sólo dejaría de producir o
produciría ineficientemente. Un organismo biológico se distingue de una máquina
por dos razones. Primero, su producción de componentes, partes y piezas está
destinada a sí mismo. Segundo, su actividad se realiza según los requerimientos
retroalimentados homeostáticamente por el mismo. Tampoco un organismo biológico
es alguna cosa que puede crecer y desarrollarse por simple y espontánea
agregación de partes, como la cristalización de alguna solución salina o la
formación de un volcán. Sólo el organismo biológico se auto-estructura en forma
diferenciada, orgánica y funcional por causa de fuerzas que genera y controla
internamente de manera determinada.
Un organismo biológico es, desde el punto de vista
causal, el único sistema capaz de generar fuerzas destinadas a su propia
estructuración fisiológica según las exigencias demandadas mecánicamente por sí
mismo. Un organismo biológico es un sistema que se auto-estructura según
mecanismos autónomos de control y regulación que actúan en todas las escalas
estructurales a partir de la molecular, propia del ADN. Algunos de estos
mecanismos son homeostáticos; otros son estructuradores; otros interactúan con
el medio; otros más son reproductores, e incluso hay mecanismos
des-estructuradores que terminan irremisiblemente con la muerte de sí. Un
organismo biológico es, en esencia, una estructura autónoma compuesta por
sistemas, aparatos y órganos estructurados, funcionales y dependientes de un
control central cuyo propósito último es su propia supervivencia, reproducción
y auto-estructuración.
Los organismos biológicos se construyen a sí mismos
mediante el control y regulación ejercido por el genoma que hereda de sus
progenitores, que se haya contenida en los cromosomas de sus células. Éstos contienen
una enorme cantidad de información para estructurar las proteínas específicas
requeridas en el lugar y el tiempo preciso. Las proteínas son las unidades
discretas de las células. El mecanismo de estructuración de proteínas a partir
de aminoácidos depende de los mecanismos de traducción y replicación del ácido
desoxirribonucleico (ADN). El ADN está constituido por dos fibras
polinucleotídicas de largo indefinido, paralelas entre sí, formando una doble
hélice y asociadas mediante las uniones no covalentes de los nucleótidos. Sus
unidades discretas son cuatro bases: adenina, timina, citosina y guanina. Difieren
por la estructura de la base nitrogenada constituyente. Están unidos
secuencialmente entre sí mediante enlaces químicos covalentes. Una unión
covalente es la compartición de orbitales electrónicos entre dos o más átomos.
La formación de las uniones requiere un potencial químico y un catalizador que
es la enzima ADN-polimerasa. Por razones estéricas, la adenina tiende a formar
espontáneamente una asociación con la timina, mientras que la guanina se asocia
con la citosina. Las dos fibras son por tanto complementarias. La estructura
del ADN puede componerse de todas las secuencias posibles de pares y no está
limitada en cuanto a su longitud. Los cromosomas están compuestos por ADN,
cuyas unidades discretas son los genes. Estos son segmentos variables de
tripletes de los cuatro tipos de bases de ADN.
Los ácidos nucleicos son macromoléculas que resultan de
la polimerización lineal de los nucleótidos. Estos están constituidos por la
asociación de un azúcar con una base nitrogenada por una parte, y con un
radical fosforilo por la otra. La polimerización es mediada por los grupos
fosforilos que asocian cada residuo de azúcar al precedente y al siguiente,
formando así la cadena polinucleotídica. Por su parte las proteínas son macromoléculas
y se estructuran por la polimerización secuencial de aminoácidos que conforman
una cadena que se denomina polipeptídica. Análoga a las letras del alfabeto que
son las unidades de palabras y frases, los veinte aminoácidos son sus unidades
discretas. Cada proteína contiene entre cien a diez mil de éstos. Puesto que
existe variación tanto en la secuencia como en la cantidad de aminoácidos, los
tipos de proteínas que pueden estructurarse son más de un millón y constituyen
las unidades discretas de los orgánulos y partes de las células. A su vez, las
células son las unidades discretas de los distintos tejidos y órganos del
organismo biológico.
Para estructurar una proteína el mecanismo que traduce la
secuencia de nucleótidos en secuencia de aminoácidos es complejo. La estructura
de una proteína está determinada por el orden lineal de los radicales
aminoácidos en el polipéptido. Esta secuencia está determinada por la de los
nucleótidos en un segmento de fibra del ADN. El código genético es la regla que
asocia una secuencia polipeptídica a una secuencia polinucleotídica dada. Como
hay veinte aminoácidos a especificar y sólo cuatro nucleótidos en el alfabeto
del ADN, cada letra está constituida por una secuencia de tres nucleótidos (un
triplete) específicos para un aminoácido (entre veinte) en el polipéptido. Además, la maquinaria de traducción no
utiliza directamente las secuencias nucleotídicas del ADN, sino la
transcripción de una de las dos fibras a un polinucleótido, llamado ácido ribonucleico
mensajero (ARN mensajero). El ARN es leído secuencialmente de triplete a
triplete, a lo largo de la cadena polinucleotídica. Una enzima cataliza en cada
etapa la formación de la unión peptídica entre el aminoácido que lleva el ARN y
el aminoácido precedente, en la extremidad de la cadena polipeptídica ya
formada, que va creciendo así en una unidad. Asimismo, el mecanismo está comandado por las enzimas. Estas actúan en las
reacciones químicas que forman las proteínas. Las enzimas son una especie de
catalizadores, pero se diferencian de éstos porque cada una cataliza únicamente
una sola reacción, porque las uniones que cataliza son no covalentes y porque,
por lo general, una enzima es activa con respecto a un solo cuerpo susceptible
de sufrir este tipo de reacción. En consecuencia, el mecanismo de replicación,
necesario tanto para la multiplicación de las células como para la
estructuración de los gametos que dan origen a un nuevo organismo viviente,
procede por separación de las dos fibras del ADN, seguida por la
reconstitución, nucleótido a nucleótido, de las dos fibras complementarias. Cada
una de las dos moléculas así sintetizadas contiene una de las fibras de la
molécula madre y una fibra nueva, reconstituida y complementaria, formada por
el emparejamiento específico. Estas dos moléculas son idénticas entre sí y
también a la madre. El secreto de la replicación sin variación del ADN reside
en la complementariedad estereoquímica del complejo no covalente que
constituyen las dos fibras asociadas en la molécula.
Las especies biológicas son el resultado de la evolución
de la vida a partir del primer organismo viviente que pudo replicarse a sí
mismo y traspasar sus características a su progenie. Como se dijo, este
acontecimiento único surgió probablemente en un lugar de la Tierra hace más de tres
mil quinientos millones de años y fue también probablemente irrepetible a causa
de la de la difícil concurrencia de algunos factores decisivos para producir
vida, a pesar de la funcionalidad intrínseca de la materia para llegar a
estructurar la vida. Desde hacía algunos miles de millones de años se habían
estado formando, a partir de metano, agua y amoniaco, los constituyentes
químicos necesarios para la vida, pues dichos compuestos son los precursores de
los nucleótidos y los aminoácidos. Posiblemente, estos compuestos se
sintetizaron en presencia de catalizadores no biológicos, empleando fuentes
energéticas, como las chispas eléctricas de tormentas y el calor volcánico. En
caldos concentrados diversas macromoléculas pudieron formarse por
polimerización de sus precursores aminoácidos y nucleótidos. En laboratorio se
han obtenido polipéptidos y polinucleótidos parecidos por su estructura general
a macromoléculas modernas. La formación de la primera macromolécula capaz de
promover su propia replicación se debió obtener después de múltiples intentos.
Esta etapa de la formación de la vida no deja de ser
enigmática, pues el código genético no puede ser traducido más que por
productos de su propia traducción. El misterio del origen de la vida es, por lo
tanto, que sin enzimas el ARN no podría haberse copiado a sí mismo y
evolucionado; pero sin ARN altamente evolucionado no se tienen enzimas. Se
reedita, pues, la vieja interrogante biológica de si fue primero el huevo o la
gallina. También disminuye la probabilidad de que el fenómeno que dio origen a
la vida pueda repetirse tanto en nuestro planeta como en cualquier otro. En
nuestro planeta la posibilidad que se genere nuevamente una vida distinta a la
existente resulta además más difícil, habiendo tan inmensa cantidad de
potenciales depredadores que se alimentan incluso de los precursores que
posibilitarían esta nueva vida. En cambio, en otro planeta, verificándose las
condiciones mínimas, especialmente la existencia de agua líquida, habría
suficiente tiempo para que se origine la vida. Probablemente, el problema principal
es que se den dichas condiciones mínimas, entre las que se cuenta una cierta
estabilidad ambiental y sin cataclismos en un tiempo prolongado.
Vimos que l ARN (al igual que el ADN) depende de enzimas
para replicarse. Estas complejas moléculas envuelven su filamento y, utilizando
este original como plantilla, unen moléculas que funcionan como unidades de
construcción básicas, llamadas nucleótidos, en uno complementario, el cual es
una especie de negativo fotográfico del original. Luego las enzimas repiten el
proceso en el filamento complementario para construir una copia exacta del
original. Las enzimas, que están hechas de proteínas, se encuentran ensambladas
a su vez de acuerdo a las instrucciones moleculares insertadas en el ARN. En
otras palabras, el ARN dirige el ensamblaje de proteínas que forman las enzimas
que le permiten replicarse. Partiendo de la teoría según la cual un filamento
de ARN que se auto-replica habría sido el precursor de la vida, algunos
biólogos han querido resolver el enigma de cómo hizo la naturaleza para
producir el primer polinucleótido-polipéptido, con capacidad para replicarse y
para sintetizar enzimas a la vez, esto es, para cortarse a sí misma y separar
sus partes y también para entretejer nucleótidos haciendo una copia perfecta de
sí misma. La búsqueda se ha centrado en encontrar un filamento de ARN
suficientemente largo que pueda actuar como enzima, pero lo bastante corto para
que pueda replicarse a sí mismo con cierta facilidad. Esto representaría el
principio de la vida. La complejidad posterior hubo de deberse a la conexión de
este filamento corto con otro filamento, y así sucesivamente hasta obtener un
filamento más largo y complejo, y también al mecanismo de la evolución. Es
probable que cuando ya debieron coexistir tanto polipéptidos como
polinucleótidos, un polipéptido penetrara en el ámbito de un polipéptido, a
modo de un virus que ingresa a una célula, y se fusionaron ambos
funcionalmente. Ello dio como resultado la primera unidad de vida en la
historia de la Tierra. Así, pues, dos estructuras enteramente distintas, pero
de una misma escala, se convirtieron de este modo en unidades discretas de una
estructura de una escala superior con la doble funcionalidad de metabolizar la
energía del medio en su propia autoestructuración y de reproducirse de modo
idéntico.
Estos primitivos organismos biológicos que se reproducían
de modo idéntico pasaron a constituir las unidades discretas de la estructura
llamada ecosistemas. Sin embargo, la capacidad para transmitir genéticamente su
propia estructura a otro individuo es natural pero no temporalmente anterior al
mecanismo evolutivo de la selección natural. En la exacta replicación siempre
existió una pequeña falla: ocasionalmente se daban mutaciones. Algunas de estas
mutaciones resultaron tener ventajas adaptativas que permitieron a los
organismos mutantes conquistar su ambiente con mayor facilidad y desplazar a
los no mutantes. Incluso algunas mutaciones resultaron ser beneficiosas en
otros ambientes o cuando el ambiente propio cambiaba. Después de este difícil
parto del principio de la vida algún largo tiempo se requirió para estructurar
gradualmente las partes funcionales que constituyeron la célula primigenia, de
la cual todos los seres vivientes del planeta Tierra somos su progenie. Aunque
primitiva, esta célula ya contuvo el mismo código genético y la misma mecánica
de traducción y replicación que las células modernas. Su éxito se debió a su
capacidad para reproducirse y llegar a adaptarse a un medio en perpetuo, aunque
generalmente lento, cambio.
A través del tiempo las primitivas células se fueron
asociando y, como unidades discretas, fueron conformando una estructura
pluricelular, de escala superior. Con toda seguridad la nueva función de este
organismo pluricelular respondió mejor a la necesidad de sobrevivencia, ya que
la colaboración ayudó a cada unidad discreta a sobrevivir por sí misma. Probablemente, un propósito de esta nueva
estructura fue acceder a nutrientes de forma más eficiente y distribuirlos
mejor entre sus unidades. Ya en la misma escala celular un grupo de células
habría evolucionado con la capacidad para elaborar azúcar mediante la
fotosíntesis al incorporar la clorofila a su estructura, lo que entonces
produjo la separación de la vida entre el Reino animal y el Reino vegetal. En
el caso de este segundo reino, la estructura pluricelular pudo haber sido un
cilindro o tallo que posibilitó la circulación por capilaridad entre las
células de una savia llena de nutrientes. El desecho pasó al manto para reforzar
y proteger a dicho tallo. En el medio
acuoso de entonces el tallo debió utilizar un extremo para afianzarse al lecho
y evitar ser arrojado a la orilla y
perecer. Este mismo extremo debió evolucionar en raíz y ser usado en un medio
terrestre como captador de agua y soporte del vegetal.
En el caso de las células no clorofílicas la colonia
celular pudo adaptar la forma de un tubo digestivo con funciones específicas,
similar al tallo descrito. Probablemente el flujo mecánico usó la capilaridad;
posteriormente, en la medida que aumentó la complejidad, el flujo fue impulsado
por el bombeo de un corazón. Un extremo de este tubo tuvo la función de atrapar los nutrientes externos, un centro
que pudiera transformarlos químicamente en materias digeribles y distribuirlos
entre la colonia y un extremo que pudiera evacuar los desechos. Con el tiempo,
el primitivo tubo digestivo incorporó nuevas estructuras para buscar más
activamente concentraciones nutritivas, entre ellas la coordinación
centralizada en una cefalización para comandar y dirigir el organismo para
obtener la energía aprovechable de manera eficiente junto a un sistema de
información sobre el medio externo, y dispuso de sistemas apropiados tales como
aletas, patas, cilicios, alas, incluso movimientos reptores u otros dispositivos
de locomoción y acceso al medio nutritivo, complementado por sistemas de
defensas contra la agresión del mismo medio y, por supuesto, sistemas genéticos
de reproducción.
Para reproducirse un organismo pluricelular requirió la
generación de una estrategia de reproducción más allá de la simple mitosis
celular. Requirió primeramente que dicho organismo surgiera de una única célula
progenitora. Segundo, que dicha célula contuviera el programa estructural
completo del organismo biológico. El organismo entero se estructuraría como una
entidad distinta pero idéntica o similar a partir de una sola célula
progenitora y cualquier célula podría ser progenitora de un organismo
biológico. En forma indiscriminada surgían organismos biológicos idénticos cuya
única limitante fue la disponibilidad de recursos alimenticios. Desde el punto
de vista de eficacia de aprovechar recursos se daban las condiciones para una
revolución. Con el tiempo, como una forma más eficiente de adaptación a un medio
cambiante, surgió la bisexualidad. Ésta constituyó un hito en la historia de la
biología, pues permitió la selección natural que originó la evolución
biológica. El origen de la bisexualidad está en la meiosis. Al contrario de la
mitosis, la meiosis consiste en que cada progenitor aporta la mitad de su
información genética, ahora organizada en cromosomas, para originar un gameto,
que es una célula sexual que contiene la mitad de los cromosomas y también
llamada célula haploide por lo mismo. La unión de dos gametos produce por
fertilización el cigoto o huevo fecundado, que contiene el conjunto completo de
cromosomas. El aporte de distinta información genética originó una
diferenciación en los individuos generados, produciendo algunos más aptos para
sobrevivir y reproducirse y permitiendo que éstos transmitieran sus mejores
aptitudes a su propia prole, en la llamada selección natural, que veremos más
adelante. En el curso de esta selección surgieron las especies biológicas. El
género apareció más tarde por la demanda de la progenie para ser criada y con
ello surgió también el dimorfismo sexual.
Cada especie se distingue porque los individuos que la
componen son fértiles cuando se aparean, procreando individuos similares. Se
sigue que, 1º cada especie posee un banco hereditario distintivo; 2º para
subsistir cada especie depende de que sus miembros sobrevivan y se reproduzcan.
En consecuencia, el banco hereditario de una especie trata principalmente de
los caracteres que permiten a los individuos que la componen sobrevivir y
reproducirse con éxito. El ser humano pertenece a una de las numerosísimas
especies del reino animal. La única diferencia entre los animales y el ser
humano está relacionada con un relativamente mayor volumen y una mayor
organización de su sistema nervioso central, lo que permitió un pensamiento
racional y abstracto que supera el instinto.
Toda estructura puede definirse por sus funciones, por
sus componentes y por su pertenencia a otra estructura. En el caso de la vida
hablamos del organismo biológico. Éste puede ser una bacteria, una vegetal o un
animal y comprende la vasta gama de cosas que va desde los seres unicelulares
hasta organismos con complejos órganos y aparatos fisiológicos. Su función es
sobrevivir y reproducirse. Al tiempo de mantener su propia identidad, se
desarrolla y crece auto-estructurándose y se reproduce replicando genéticamente
su propia estructura biológica.
Un primer aspecto que caracteriza un organismo biológico es
la capacidad para permanecer el mismo y mantener su propia identidad,
independiente de los cambios enormes que pueda éste sufrir, por ejemplo, la
metamorfosis en los insectos o que pueda sobrellevar el medio. Muchos
mecanismos actúan al interior del organismo para independizarlo de fuerzas
desestabilizadoras del medio externo. La composición química de los tejidos y
fluidos de un organismo permanece constante dentro de unos límites
extremadamente estrechos, indistintamente de las variaciones del medio externo.
Sin embargo la permanencia homeostática no es inmóvil, sino de un estado que
puede variar, en especial como reacción a las fuerzas desestabilizadoras del
medio externo. Existe en el organismo una cantidad de sistemas que funcionan
como mecanismos homeostáticos para controlar y regular el medio interno. Cada
uno está diseñado para enfrentar algún problema específico: temperatura
interna, esfuerzo, cicatrización, metabolismo, etc. La acción homeostática es
un caso de la retroacción que se observa en otros procesos tanto naturales como
artificiales. La retroacción es un efecto que repercute sobre su propia causa,
modificándola. Puesto que la causa modificada cambia a su vez el efecto, se
origina un circuito cerrado, auto-controlado. Pero la acción homeostática en un
sentido es desestabilizadora en otro. La eficiencia de un mecanismo en un
sentido produce fallas en otro sentido. En el ser humano, por ejemplo, la
regulación homeostática funciona bien hasta los 25-30 años; después su
funcionamiento comienza a producir efectos secundarios negativos en el organismo.
Envejecer es característicamente un aumento en el número y variedad de los
fallos homeostáticos y, cuando fallan las funciones orgánicas necesarias, el
organismo muere.
Un segundo aspecto que caracteriza un organismo biológico
y que lo diferencia de una máquina, es la complejidad y la enorme interacción
causal de sus funcionales subestructuras. Éste integra toda la funcionalidad de
las estructuras constituyentes desde la escala subatómica hasta escalas que
superan el mismo organismo, como son la manada y la especie, en una sinergia
múltiple. Cualquier falla funcional de cualquier subestructura o
superestructura afecta de alguna u otra manera el funcionamiento del todo. Si
una hormona no consigue sintetizarse, si el ácido desoxirribonucleico no se
replica exactamente en una célula, si la presión sanguínea no se mantiene
dentro de cierto rango, si un músculo no logra mover el miembro que comanda, si
escasea el alimento, si aumenta el número de los depredadores, o si tiene
alguna falla o sufre algún cambio, él queda en una relativa desventaja
funcional para sobrevivir y reproducirse, peligrando su existencia. Por el
contrario, la funcionalidad de una máquina compromete subestructuras bastante
más simples: determinados esfuerzo estructural, ejecución de movimientos,
fuente de energía, ejercicio de fuerzas, resistencia al desgaste, controles.
Un tercer aspecto que caracteriza un organismo biológico
es que conforma un sistema que para sobrevivir y reproducirse debe mantener
múltiples y permanentes relaciones causales con la estructura de la cual es una
unidad discreta, siendo imposible su supervivencia o reproducción si permanece
aislado. La ecología estudia precisamente tal estructura de escala mayor, que
denomina ‘ecosistema’, desde el punto de vista de las relaciones causales entre
sus unidades discretas. Se interesa por el funcionamiento interno, más que por
su composición y funcionamiento externo, de la que se preocupan la botánica y
la zoología, y ha llegado a establecer la economía de la materia orgánica, que
es la estructura fundamental del intercambio energético y estructural entre los
organismos vivientes. Asimismo, ha llegado a determinar que los distintos
ecosistemas se encuentran en la biosfera, estrecha zona comprendida entre unos
seis mil metros de altitud y unos seis mil metros de profundidad en el mar,
aunque concentrándose la mayor parte en unos pocos metros de espesor sobre y
bajo la superficie terrestre no gélida ni seca, y en los pocos metros bajo el
agua donde alcanza la radiación solar para energizar algas y plancton. No
obstante, existen organismos biológicos que se nutren de la energía que emana
del plasma terrestre que surge a través de la corteza en ciertos lugares
termales y fallas geológicas. Dentro de este tercer aspecto estructural del que
un organismo biológico es parte debe mencionarse la especie biológica. Todo
organismo biológico desciende y procrea descendencia de otros organismos
biológicos que son genéticamente similares, compartiendo un fondo genético
común. La reproducción es precisamente una de las funciones principales de todo
organismo biológico y que lo refiere a una población con la que comparte su
genoma.
En fin, un cuarto aspecto que caracteriza un organismo
biológico, es que el medio donde debe sobrevivir y reproducirse es bivalente.
El ambiente no sólo es su providente potencial, sino también es su destructor
potencial. Es fuente de la energía y los elementos químicos que el organismo
requiere, brindándole además la seguridad de abrigo y cobijo. Simultáneamente,
el mismo ambiente contiene los depredadores del organismo en cuestión. Además,
en él existen una diversidad de fuerzas potencialmente destructoras, como las
inundaciones, el fuego, la sequía, los terremotos, etc. También una parte de
los elementos y la energía no están disponibles en abundancia, sino que el
organismo debe buscarlos activamente y apropiárselos. Para sobrevivir y
reproducirse en este ambiente, el organismo debe desarrollar sistemas de
información y de respuesta para acceder al alimento, defenderse de los
elementos agresivos y cobijarse del acechante peligro. Es conveniente señalar
también que una función importante de una estructura autónoma, que busca
sobrevivir en un medio agresivo que potencialmente puede destruirla, es el
engaño, el disimulo, la farsa, el mimetismo. A través de este medio, el
individuo finge poder, persigue ocultarse, simula peligro o aparenta inocencia
para su posible adversario, depredador o presa. Esta característica funcional,
que surge naturalmente a través del mecanismo de la evolución, en el ser humano
es además intencional.
De la extraordinaria capacidad de las estructuras
autónomas podemos inferir que un humilde gusano, habitante de esta partícula
cósmica denominada Tierra, es inmensamente más complejo y, por tanto, más
funcional que una magnífica estrella como, por ejemplo, la colosal y poderosa
Canis Majoris. Es cierto que el primero se va estructurando mientras va
consumiendo energía, en tanto que la segunda se va desintegrando mientras la va
produciendo. Pero la estructuración de un consumidor eficiente requiere mayor
funcionalidad y complejidad que la desintegración de un productor eficiente. La
mayor eficiencia en el empleo de energía da al traste con la concepción de
desorden de la segunda ley de la termodinámica. Por lo tanto, no es legítimo
suponer que un ser viviente es una insignificancia frente a la inmensidad del
universo. Su superioridad reside precisamente en su propia funcionalidad que le
permite una mayor capacidad relativa de subsistencia. La energía es empleada
con mayor eficiencia tanto en su propia estructuración como en sus acciones
funcionales de supervivencia y reproducción. En la perspectiva del tiempo, la
vida es un estallido de estructuración; en la perspectiva de una vida, ella es
todo el tiempo.
La supervivencia es el proceso de crecimiento,
desarrollo, nutrición, estabilidad y reproducción del organismo consume energía
que debe adquirir activa y selectivamente del medio externo. Significa un
estado en el que el organismo genera autónomamente fuerzas para aprovechar la
energía del medio y/o contrarrestar aquellas fuerzas que tienden a destruirlo.
Este estado implica una continua lucha para mantenerse vivo y no morir. Un
organismo necesita consumir otros organismos, pues son fuentes de energía y
elementos nutritivos. En la lucha por la supervivencia un organismo no sólo
compite con sus similares de la especie, sino que con organismos de otras
especies que comparten su mismo nicho y, sobrevive el más apto. La
supervivencia debe entenderse como la lucha por la existencia. La vida es lucha
y conflicto. Obedece a los instintos de supervivencia, que son los dos
instintos más poderosos de los animales. Un mecanismo instintivo más plástico y
flexible, propio de los animales más evolucionados y que ciertamente admite
opciones y decisiones, corresponde a un estado dinámico en el sentido de que
implica alcanzar la satisfacción de necesidades vitales impulsadas por la
búsqueda de placer, bienestar y alegría y el rechazo al dolor, desagrado y
sufrimiento. Estos impulsos están relacionados con la captación activa de la
energía contenida en el ambiente providente y la defensa de los peligros de un
ambiente agresivo. En los seres humanos este estado, que en su aspecto más
simple responde a los mismos estados afectivos animales, implica alcanzar
además la prosperidad y la felicidad.
No toda acción del organismo biológico destinada a
satisfacer sus apetitos conduce directamente a su propia supervivencia. En los
animales el apetito sexual, cuya satisfacción les produce indudablemente gran
gozo, tiene por finalidad la propagación de la especie. Mientras la
satisfacción de los apetitos es funcional a la supervivencia, la satisfacción
del apetito sexual y de la maternidad es funcional a la prolongación de la
especie. En general, el apetito sexual está en relación directa a la dificultad
que tienen los individuos para sobrevivir y en relación inversa a la cantidad
de prole procreada. Las plantas y otros organismos biológicos emocionalmente
insensibles poseen otras estrategias de supervivencia y reproducción. Incluso
la crianza es también una función de post-procreación que ha surgido con fuerza
en los animales superiores. Si un organismo nace a la vida, es porque sus
progenitores sobrevivieron y se aparearon. Estas características funcionales
básicas se transmiten genéticamente y evolucionan en las distintas especies
para ser aún más eficientes. Aquella especie que no consigue mejorar ambas
condiciones en los individuos que la componen y adaptarlas al cambiante
ambiente, más temprano que tarde se extingue.
En realidad, ambas características fisiológicas de
supervivencia y reproducción contienen la totalidad de los caracteres que se
transmiten genéticamente, denominados ‘aptitud’, siendo precisamente esto en lo
que consiste la genética; y la evolución biológica no es otra cosa que el
perfeccionamiento de estas características para un medio cambiante y
competitivo. Las especies actualmente existentes contienen ambas
características en sus mejores expresiones y nuestra especie, en la actualidad
la más exitosa en la empresa de sobrevivir y reproducirse, las posee
aparentemente en su máxima expresión, aunque ciertamente no en su perfecta u
óptima. En consecuencia, el hecho de heredar genéticamente las aptitudes para
sobrevivir y reproducirse es el punto de partida para comprender el dinamismo
de la estructura y la fuerza biológicas. No obstante, desde el punto de vista
de la evolución, existe una distinción en la prioridad entre ambas
características. Si la supervivencia es la lucha por la existencia y la
reproducción es la aptitud para lograr mayor descendencia fecunda, ocurre que
quien es más apto es aquél que ha logrado no morir antes de reproducirse.
Empero, aunque la dramática lucha por la supervivencia es directamente el agente
de la evolución biológica, su condición es la mutación benéfica que se
transmite genéticamente por medio de la reproducción y que genera una mayor
aptitud para sobrevivir y reproducirse.
El origen y la evolución de las
especies
Carlos Darwin había
descubierto que existe una íntima relación entre el organismo biológico
individual y la variabilidad de su especie en el tiempo. Apuntaba a que
aquellas mutaciones genéticas operadas en un individuo y que le permiten una
mayor aptitud en un ambiente le posibilitan una mayor adaptabilidad a su
especie al transmitirle estos nuevos caracteres mediante su progenie. En un
medio cambiante la continuada agregación de nuevos caracteres por selección
natural adiciona caracteres más favorables para la prolongación de la especie y
hace desaparecer recíprocamente otros menos favorables. El sujeto de la
evolución biológica no es el organismo biológico individual, sino la especie.
La subsistencia de una especie biológica depende de la
aptitud fisiológica y de la fertilidad de los individuos que la integran y de
su descendencia fértil. A su vez una mejor aptitud depende de estados más
estables de equilibrios termodinámicos, en parte a través de la adquisición de
estructuras cada vez más funcionales para la obtención ventajosa de energía, en
parte buscando cerrar el propio sistema mediante el desarrollo de estructuras
de defensa frente a un medio agresivo, en parte desarrollando estructuras para
apropiarse de algún determinado nicho ecológico y defenderlo de especies competidoras.
Sobre todo, estas características consisten en generar mecanismos eficientes de
reproducción de individuos similares. Recíprocamente, en el curso de los
milenios, mediante el éxito para sobrevivir y reproducirse de muchos individuos
aptos, las especies han ido incorporando por la selección natural las
características genéticas que posibilitan la mejor aptitud de sus individuos.
En el proceso que persigue una mejor adaptación a un ambiente las especies van
evolucionando, a veces rápidamente, para aprovechar las nuevas oportunidades
que el cambiante medio va presentando. Entre paréntesis, una especie se
distingue simplemente porque los individuos que la componen pueden procrear
individuos similares y fértiles. Una raza pasa a ser una especie particular
cuando los individuos que la integran no pueden procrear individuos fértiles
tras acoplarse a individuos de otras razas de la misma especie. En ese punto
del tiempo y el espacio el filum se
bifurca irreversiblemente.
La evolución biológica es un mecanismo de estructuración
de la materia viva en estructuras funcionales cada vez más complejas y de
escalas cada vez mayores. Es un mecanismo acumulativo que incorpora las
mutaciones favorables y neutras que se producen en los organismos biológicos y
que traspasa a las generaciones futuras. Pero también es un mecanismo sumamente
conservador y direccional, lo que impide que la materia se pueda estructurar en
cualquier forma imaginable. En el mecanismo de la evolución biológica
intervienen dos tipos de relaciones causales que se interrelacionan. Por una
parte está la ocurrencia de pequeñas mutaciones genéticas en los individuos que
prevalecen en la especie por ser favorables y neutras. Por la otra, están los
cambios ambientales que van favoreciendo los caracteres genéticos más
adaptables a las nuevas condiciones y que a veces son de tan gran magnitud que
una especie puede desaparecer o favorecer únicamente a los individuos que
poseen un determinado carácter.
Si en la dotación genética que un organismo recibe de sus
progenitores viene un gen mutado, la estructuración del organismo sería algo
diferente de la usual de la especie. Una mutación podría tener cuatro efectos
distintos: 1. Que la estructura generada sea simplemente inviable. 2. Que sea
desfavorable para sobrevivir en el medio. 3. Que sea favorable. 4. Que sea
neutra para el medio dado. Si es desfavorable, el gen mutante tiende a no
incorporarse a la especie. Lo contrario ocurre si es favorable, tendiendo a
propagarse en la especie. En caso de ser neutro, el gen, junto con otros más,
puede tornarse favorable o desfavorable si el medio cambia, tendiendo a
propagarse o desaparecer según sea el caso. Lo anterior se explica porque la aptitud para
sobrevivir y reproducirse de un individuo debido a su dotación genética,
causante de su propia auto-estructuración, es también funcional a la
estructuración del fondo genético de su especie, condicionándola a tiempo
futuro. En el futuro, las unidades discretas de una especie serán los genes de
los individuos más aptos del presente, es decir, de aquellos que logran
traspasarlos a un mayor número de descendientes gracias al mecanismo de
selección natural. Ésta opera como un sistema de control de calidad. Los
caracteres que resultan ser los más favorables frente a los embates del medio
tienden a prevalecer.
El mecanismo de la evolución se explica por tres procesos
biológicos fundamentales: la replicación, la mutación y la selección. A partir
del mecanismo de la replicación del ADN, por el cual éste genera su doble
exacto, la evolución trata de pequeñas e imprevisibles mutaciones en su rígida
estructura. Una mutación se produce por la sustitución de un solo par de
nucleótidos por otro, por la supresión o adición de uno o varios pares de
nucleótidos, o por diversos tipos de cambios que alteran el texto genético
tales como la inversión, la replicación, la transposición o la fusión de
segmentos de secuencia más o menos larga. La causa de una mutación es alguna
fuerza externa que impide su exacta replicación en la formación del gameto,
como la acción química de poderosos reactivos o las radiaciones energéticas que
inciden sobre el material hereditario, intercambiando, suprimiendo o agregando
moléculas en los genes. Estos cambios no están determinados, sino que se
producen por el azar, por lo que el cambio evolutivo es absolutamente casual.
Una mutación puede tener en el organismo un efecto extraordinariamente
significativo y distintivo. En consecuencia, el código genético no es
inviolable. Las mutaciones que rompen su rigidez se producen en forma
aleatoria. El que éstas persistan y se integren en la especie sigue el
principio de la oportunidad. Estas relativamente infrecuentes mutaciones en la
estructura genética de transmisión hereditaria producen muy ocasionalmente
individuos más funcionales o más aptos para sobrevivir y reproducirse en un
medio competitivo. Si la mutación resulta ser favorable al individuo para su
supervivencia y reproducción, se transmitirá a la descendencia y terminará
necesariamente por propagarse a la especie, produciendo un incremento del
número de individuos que la poseen, al ser más aptos y estar mejor adaptados al
medio. En el curso de generaciones, las mutaciones favorables se van acumulando
y la especie se va transformando. Toda mutación es un acontecimiento raro
(alrededor de 1 mutación por cada millón a cien millones de generaciones
celulares). No obstante, en la escala de una población la mutación no es la
excepción, sino la regla. La presión de selección se ejerce en el seno de la población,
no en los individuos. Si el medio se modifica, que es lo que ocurre
necesariamente en el tiempo, también se modifica la aptitud, de modo que otras
características específicas resultarían ser más funcionales para sobrevivir y
reproducirse en este nuevo medio.
La selección natural se explica por una doble causalidad
circular recíproca: la que ejerce una subestructura sobre la funcionalidad del
todo y la que ejerce el todo para la permanencia, la protección y la
propagación de aquella subestructura. A pesar de que el ADN interviene
únicamente en la formación de proteínas, afecta también la funcionalidad del
organismo biológico, pues su funcionalidad depende de la funcionalidad de
dichas proteínas, al igual que de la funcionalidad relativa de todas sus
subestructuras en sus correspondientes escalas. Así, pues, esto no sólo
significa que una mutación en el ADN, que es una unidad discreta de una
subestructura de escala muy inferior en un organismo biológico, afecta de una u
otra manera su funcionalidad total, sino que también significa que una mutación
favorable, resultado de la mutación de un ínfimo gen, puede generar profundos
cambios en el genoma de la especie. Esto puede ser ilustrado con un ejemplo
hipotético (hipotético en el sentido de que es probable que los pasos precisos
de un cambio evolutivo nunca lleguen a aparecer en los registros fósiles). La
facultad de marcha bípeda en el caminar y el correr, que caracteriza a los
homínidos, fue posiblemente el resultado de la mutación de un gen que
interviene en la formación de la estructura ósea del pié, produciendo un talón
y una planta de pie en forma de bóveda, y que resultó en una mejor aptitud para
desplazarse en terreno plano que el balancearse y el pisar con los bordes de
las palmas de las extremidades inferiores, característicos de los antropoides.
Existe un problema que se plantea en el hecho de que un
cambio evolutivo observado sea en general importante en circunstancias de que
una mutación produce directamente sólo un cambio muy pequeño. La respuesta
radica simplemente en la hipótesis de que todos los pequeños cambios de origen
genético se deben indudablemente a mutaciones y que estas variaciones del ADN
se encuentran latentes en el fondo genético, sin manifestarse explícitamente en
los individuos supervivientes de la especie. Pero cuando se produce alguna
mutación decisiva, como la formación del talón y la bóveda plantar para caminar
erguidamente del ejemplo expuesto más arriba, algunas características genéticas
ya existentes en el genoma y que eran neutras, e incluso desfavorables,
adquieren preeminencia para la aptitud general del nuevo individuo y entran a
participar activamente en el fondo genético de la especie, mientras ésta va
evolucionando significativamente. La razón es que una mutación favorable modifica
parcialmente la funcionalidad del organismo, abriéndose además la posibilidad
para la generación de estructuras complementarias, como un mayor cerebro. La
evolución biológica es, en el fondo, la creación nueva o la modificación de una
subestructura u órgano en el organismo biológico como resultado de la mutación
en su genoma del gen que comanda la formación de dicha subestructura, y que
origina una subestructura más funcional para la interacción del organismo con
su ambiente.
A través de generaciones, el mecanismo de la evolución
biológica tiende a modificar en el tiempo estructuras para que adquieran
determinadas funciones solicitadas por un medio pródigo en posibilidades. También
la evolución biológica puede modificar una estructura particular para que pueda
desempeñar una determinada función. Por ejemplo, el pico de una especie de aves
puede irse estructurando, al cabo de algunas generaciones, en una diversidad de
formas, de modo que una subespecie podrá con la nueva adaptación succionar
néctar, otra, atrapar insectos, y una tercera, agarrar semillas, y así una
cantidad de nichos ecológicos ser explotados, como muy bien lo observó Darwin
en la variedad de pinzones, cuando visitó las islas Galápagos.
En el proceso de evolución biológica se han producido
estructuras tan complejas como, por ejemplo, el cerebro de los mamíferos, que
es el órgano terminal de las sensaciones y procesador de las percepciones,
centro de las emociones, lugar de la memoria y la imaginación, y dotado de
conciencia de lo que lo rodea. Además, en el ser humano este órgano ha
desarrollado en alto grado la capacidad de pensamiento conceptual y lógico que
le permite una afectividad de sentimientos, conocer racionalmente, poseer
conciencia de sí y actuar intencionalmente.
La especie y el medio
Un organismo viviente es un sistema autónomo en cuanto
generador de fuerzas que persiguen su propia auto-estructuración, supervivencia
y reproducción. Para generar las fuerzas requeridas, él obtiene la energía de
un medio providente, del que depende. Así, un organismo biológico es también un
sistema abierto que encuentra su equilibrio en el intercambio con su medio
externo que se llama ecosistema. Pero también en dicho medio operan una
multiplicidad de fuerzas que hacen permanentemente peligrar su propia
existencia, por lo que él debe ser muy funcional para conseguir sobrevivir
allí. No todas las fuerzas que operan allí le son beneficiosas. En el
ecosistema su propia estructura, rica en energía, es apetecida por otros
organismos vivientes.
Un ecosistema particular, que comprende el medio externo
de todo organismo biológico que existe allí, es una estructura compleja formada
por dos subestructuras suficientemente homogéneas que interactúan entre sí en
un espacio particular, o biotopo. Un ecosistema comprende, por una parte, un
sustrato químico de elementos inorgánicos que componen el suelo, el agua y el
aire, y ciertas condiciones físicas, como temperatura, radiación solar,
presión, densidad, fuerza de gravedad, etc.; y, por la otra, el conjunto de
organismos vivos, o biocenosis, que sobreviven y se reproducen en dicha
estructura físico-química.
Las unidades discretas básicas de los organismos vivos se
caracterizan por ser estructuras macromoleculares orgánicas, es decir, no
pueden estructurarse espontáneamente a partir de elementos químicos, ni incluso
de moléculas inorgánicas más sencillas, sino que son producidas, en su
totalidad, por los propios organismos vivos. A su vez, las unidades discretas
últimas de estas macromoléculas orgánicas corresponden a determinados elementos
químicos. En la composición química de los organismos vivos intervienen no más
de 60 elementos, de los cuales doce son invariables, pues se encuentran en
todos los organismos, y seis de éstos (carbono, nitrógeno, oxígeno, hidrógeno,
fósforo y azufre) entran en la composición de toda materia orgánica. Los otros
seis (calcio, magnesio, sodio, potasio, hierro y cloro) tienen importancia en
los distintos aspectos del metabolismo.
Un ecosistema no es una estructura estática, sino que
experimenta permanentes cambios a consecuencia de la variación de las
condiciones físicas y como efecto de la acción de los organismos que lo
integran. Posee fundamentalmente dos procesos. El primero conforma un ciclo
cerrado, denominado ciclo del carbono. Desde el punto de vista de la
estructura, su estado inicial son los elementos químicos invariables. El
proceso comprende primeramente la estructuración de las macromoléculas
orgánicas y, posteriormente, su paulatina desestructuración, hasta retornar al
estado inicial de elementos originales desestructurados, manteniéndose
relativamente constante la cantidad de elementos.
El segundo proceso es el de la energía. Un ecosistema no
es un sistema cerrado. Requiere el aporte permanente de energía, de modo que
gran cantidad de energía, proveniente en el principio desde fuera del
ecosistema, es consumida por el mismo. Esta energía, principalmente luminosa,
consigue estructurar a través de la fotosíntesis variados elementos químicos en
macromoléculas orgánicas de glucosa. Éstas, a su vez, aportan la energía
acumulada según los requerimientos del organismo viviente al irse
posteriormente desintegrando. La energía inicial proviene principalmente del
Sol, en especial de su espectro visible. En un proceso denominado fotosíntesis,
la energía de la radiación luminosa es captada y absorbida por moléculas de
pigmentos como las clorofilas y los carotenos. Estos cloroplastos transforman
la energía luminosa en energía química produciendo, en ausencia de oxígeno,
trifosfato de adenosina (TPA) a partir de difosfato de adenosina (DPA) y es
empleada para sintetizar las macromoléculas orgánicas de almidón a partir de
sustancias inorgánicas tan simples como el agua y el dióxido de carbono (6H2O +
6CO2 -> C6H12O6 + 6O2).
Estas moléculas orgánicas gigantes constituyen las
primeras macromoléculas energéticas de hidrato de carbono, de las cuales los
seres vivientes obtienen la energía para vivir en una sucesión de pasos de
cesión energética, hasta la final desestructuración molecular, cuando ya no
queda energía aprovechable. Los enlaces químicos de estas estructuras
macromoleculares almacenan la energía recibida. En realidad, sólo el 1 % del
total de energía lumínica que llega a una superficie cubierta por vegetales es
utilizado en la fotosíntesis. Cuando la estructura se desintegra en su
totalidad, ya no queda energía aprovechable. Los elementos desintegrados
vuelven a estructurarse nuevamente en frescos cloroplastos a causa de la
fotosíntesis, en un proceso sin fin.
Sin embargo, en la perspectiva de la biosfera, mientras
la energía proveniente del exterior es inagotable, los elementos químicos que
conforman los recursos terrestres aprovechables por la materia orgánica son
limitados. Esta distinción reviste especial importancia en nuestra época, más
preocupada por obtener recursos energéticos que por preservar los recursos
biológicos. La energía contenida en los enlaces químicos de las macromoléculas
orgánicas va siendo posteriormente utilizada por los organismos vivientes en su
actividad de supervivencia, reproducción y auto-estructuración. Una gran
cantidad de energía se consume, por ejemplo, en el desplazamiento y en el
metabolismo propio de un organismo vivo. Como se vio, esta energía va siendo
consumida de manera discreta en el sutil proceso de degradación oxidativa de
los productos metabólicos, en el que los compuestos fosfatados son
determinantes.
El mecanismo de cesión energética-degradación química de
la macromolécula orgánica termina con la total desestructuración orgánica de
sus elementos químicos constituyentes y la transformación de la energía química
en energía mecánica, eléctrica y calorífica necesaria para la supervivencia.
Este mecanismo se conoce como el ciclo de Krebs y es el fundamento del
metabolismo celular. El metabolismo depende de una secuencia de procesos,
encadenados unos con otros, engranados como los dientes de un mecanismo de
precisión por el cual el ácido acético se transforma en ácido cítrico tras un
proceso que comprende nueve etapas. Estos procesos se llevan a cabo en cada
célula, específicamente en sus mitocondrias, que ofician de centros oxidativos
o talleres de producción de proteínas del ciclo mencionado. Allí se ubican
tanto las unidades de TPA como los ribosomas con gran contenido de ARN (ácido ribonucleico)
que controlan la síntesis de proteínas.
Un ecosistema particular contiene una cantidad de materia
orgánica denominada biomasa. Esta se mide corrientemente en peso (peso fresco,
peso seco, peso de carbono, etc.) por unidad de superficie terrestre. La
producción de biomasa depende de la variedad de la biocenosis. Mientras esta
última contenga una mayor cantidad de especies, la competencia entre los
organismos vivientes será mayor, sobreviviendo los individuos de aquellas
especies más eficientes en obtener alimentos y utilizar energía. Toda
diversidad de nichos ecológicos podrá ser ocupada. Si la variedad de especies
biológicas disminuye, también disminuirá la capacidad del ecosistema para
producir biomasa y, por tanto, la capacidad para aprovechar la energía que
ingresa. Pensemos, por ejemplo, en las estériles arenas de un desierto
originado tras la tala de árboles y quema de abrojos de una otrora ricamente
biodiversificada selva tropical. También la producción de biomasa depende de
las condiciones del biotopo. Si sus condiciones varían, también se modificará
su producción. Por ejemplo, un biotopo puede contaminarse con toxinas o puede
empobrecerse de sus elementos invariables por la erosión, lo que implica una
disminución neta de la producción de biomasa. Inversamente, el biotopo puede
ser fertilizado mediante la incorporación de nutrientes y agua de riego para
una producción mayor de biomasa.
La materia orgánica es alimento y las especies biológicas
se distinguen entre sí, desde el punto de vista ecológico, en cuanto a la
función particular de obtención de materia orgánica. Según la forma de
obtención del alimento, se encuentran diferentes tipos de organismos vivos, los
que conforman una cadena trófica de cuatro eslabones básicos: productores primarios,
consumidores primarios, consumidores secundarios y descomponedores. No
obstante, la idea de cadena es una abstracción que se hace para comprender la
complejidad de las múltiples cadenas tróficas presentes en cualquier
ecosistema, las que semejan más bien a una red trófica. Las relaciones de los
organismos vivos de un ecosistema no son lineales, sino que existen muchas
relaciones tróficas colaterales, como parásitos, comensales, simbiontes,
coprófagos, carroñeros. Es evidente que si la dependencia por alimento de parte
de los organismos vivos que ocupan los eslabones posteriores es total respecto
a los eslabones primeros, y que si cada organismo consume energía para
sobrevivir y reproducirse, devolviendo cuando muere menos energía de la que ha
recibido, el peso total de los organismos, aunque no necesariamente el de los
individuos, va decreciendo a medida que se avanza por la cadena alimentaria.
Por ejemplo, en un ecosistema particular, hay menos peso en zorros que en
conejos.
Sin duda que la idea de cadena trófica está lejos de
satisfacer el ideal de paz y armonía concebida por quienes describieron el
Paraíso Terrenal en el libro del Génesis. La realidad muestra que el león no
puede convivir de esa forma idealizada con el cordero. Ambos establecen una
relación depredador-presa, donde el segundo es una víctima "inocente"
de la "despiadada" necesidad de alimentación del primero. No obstante
la "ley de la selva", que es la imposición de la voluntad del más
fuerte, no existe en la selva. Cada ser viviente de la selva persigue
sobrevivir y reproducirse actuando estrictamente según los condicionamientos
que son comunes a todos los individuos de su propia especie. Jamás podrá un
individuo actuar de un modo distinto en su ambiente natural. En algunas ocasiones
él será un depredador de determinados seres vivientes y en otras, será presa de
otro grupo determinado de seres vivientes.
Los productores primarios comprenden la totalidad de los
vegetales, exceptuando los hongos, y ciertos microorganismos dotados de determinados
pigmentos semejantes a las plantas superiores. Mediante la fotosíntesis éstos
estructuran primeramente hidratos de carbono, a los que les incorpora además
una serie de elementos químicos que obtienen del medio, hasta formar las
variadas y complejas macromoléculas orgánicas cargadas de energía, descritas
más arriba, que conforman las unidades discretas de las diversas subestructuras
de sus propias estructuras. Se denominan autótrofos porque son organismos que
se procuran alimentos por sí mismos.
Los consumidores obtienen de los productores primarios, o
de otros consumidores, las moléculas ricas en energía y materia orgánica cuya
utilización dependerá en definitiva de las características bioquímicas del
alimento y de las características metabólicas del consumidor. Se dividen en
consumidores primarios y consumidores secundarios. Los primeros son
principalmente herbívoros y obtienen su alimento de los productores primarios,
o sea, las plantas verdes. Con este alimento y otros elementos del biotopo (agua,
oxígeno, sales, etc.) se auto-estructuran y ejercen fuerza. Igual cosa ocurre
con los consumidores secundarios, excepto que ellos obtienen su alimento
ingiriendo principalmente a los consumidores primarios, pues son carnívoros.
La energía por unidad de peso contenida en la carne es
muy superior a la contenida en los vegetales, ya que éstos poseen componentes
leñosos que sirven para estructurarse en el espacio y que son en general poco
nutritivos, y un trozo de carne engullido en pocos bocados mantiene a un animal
satisfecho por muchas horas. En contra de los buenos deseos de los vegetarianos
para con el ecosistema y la supervivencia de tantos ingenuos e inocentes pero
apetitosos animales, los seres humanos somos principalmente consumidores
secundarios, pues no conseguimos sintetizar todos los aminoácidos que
necesitamos a partir de los vegetales que consumimos, ni aunque los cocinemos.
El déficit en aminoácidos proviene de los herbívoros que sí digieren los
componentes más simples, sintetizándolos. Posteriormente, nosotros los
ingerimos ya metabolizados en forma de carne y productos lácteos. No deja de
ser horrible el pensamiento de que para alimentarnos y gozar de ello como un
buen gourmet, debamos sacrificar criaturas cuya vida es un gozo de percepciones,
emociones y convivencia.
Todos los organismos que mueren y no son devorados por
otros, sean productores primarios o consumidores, así como toda clase de restos
orgánicos, como hojas y ramas caídos de los árboles, excrementos, e incluso
bacterias, son degradados en último término por los descomponedores. Estos
organismos vivientes consumen lo último que va quedando de energía en los
últimos enlaces químicos de las ya degradadas macromoléculas orgánicas
originales. Descomponen los restos orgánicos mediante una especie de digestión
externa y absorben más tarde las sustancias resultantes que les son útiles,
quedando el resto mineralizado. Si los productores primarios incorporan a la
materia orgánica una serie de elementos minerales del medio, los descomponedores
le devuelven esos mismos elementos, mineralizados. Los descomponedores cierran
el ciclo de la materia orgánica y ponen nuevamente a disposición de los
productores primarios los elementos y las moléculas inorgánicas que necesitan
para la síntesis de su propio alimento. Si solamente los organismos vivientes
pueden estructurar las macromoléculas orgánicas, solamente los organismos
vivientes las pueden corrientemente desestructurar. Un pedazo de madera muerta,
por ejemplo, duraría prácticamente en forma indefinida si no existieran
descomponedores. Es gracias a éstos que la biosfera no es un solo cementerio de
vegetales y animales muertos desde hace tiempo en un suelo agotado de recursos
hace mucho.
Los ecólogos han llegado a determinar que cada especie
biológica tiene su propio nicho ecológico, es decir, sus propias especies
presas y su propio espacio de donde los individuos que la componen obtienen el
particular sustento y protección. La competencia entre dos especies sobre el
mismo recurso y el mismo espacio, más el mecanismo de la selección natural que
especializa mejor a la especie para un medio específico, termina siempre con la
victoria de una de ellas para un mismo nicho. En un ecosistema existen muchos
nichos, y mientras más variedad de especies contenga, más son los nichos
ocupados y más eficiente resulta la transformación de la materia orgánica. La
ocupación de un nicho exige de la especie una tan particular especialización
que si este nicho desapareciera por extinción de la especie presa, aquella
especie no tendría probablemente la capacidad para ocupar otro nicho, habida
cuenta de que la adaptación es un lento proceso que depende de la evolución, y
también se extinguiría. No obstante, existe una relación directamente
proporcional entre inteligencia y ocupación de una multiplicidad de nichos. Una
inteligencia más desarrollada permite una mayor capacidad para reconocer el
valor alimenticio y satisfacer el hambre con una mayor variedad de alimentos.
Un animal omnívoro es ciertamente más inteligente.
La especie humana es una especie animal que para
subsistir se rige bajo las mismas leyes que rigen las demás especies, siendo también
parte del ecosistema. Pero podemos observar que la especie humana trasciende la
barrera de los nichos. A pesar de ser la especie menos especializada de todas,
es, por otra parte, la más multifuncional en la procura de su sustento. Ello le
ha permitido subsistir en los más diversos medios y no solo alimentarse de las
más variadas fuentes, tanto vegetales como animales, sino que ha llegado a
industrializar la producción de alimentos. Su multifuncionalidad proviene de su
inteligencia que le ha permitido no sólo adaptarse mejor al medio, sino también
adaptar el medio a sus propias necesidades. La tecnología, producto de su inteligencia
que genera extensiones funcionales artificiales para suplir sus propias
deficiencias físicas, le permite no sólo adaptarse a cualquier hábitat y
extraer los recursos contenidos en forma eficiente, sino que también
transformar el ecosistema de acuerdo a sus propios requerimientos.
Interviniendo en los distintos ecosistemas, los transforma para satisfacer sus
propias necesidades en favor de algunas determinadas y realmente pocas especies
vegetales y animales, que son las que más le favorecen y a las cuales se esmera
no sólo de recolectar, cazar y pescar, sino también de cultivar y criar.
Cabe aún preguntarse por qué el ser humano llega a
extinguir especies. Es sabido que las poblaciones de las especies se regulan
por la relación surgida entre depredador y presa. Si el número de zorros
aumentara en un ecosistema dado, el de conejos tendería a disminuir al existir
mayor presión sobre su población para ser ingerida por la mayor cantidad de
zorros. Luego, la población de conejos disminuiría. Pero esto dejaría a los
zorros con menos alimentos y, por tanto, hambrientos y débiles. Pronto los
zorros disminuirían también en número. Pero si disminuyen mucho, los conejos
aumentarían su número. Un número mayor de conejos los haría fácil presa de los
zorros, posibilitando que aumentara el número de ellos. En consecuencia, en un
ecosistema el número de ambas poblaciones se mantiene relativamente estable y
la proporción entre ambas permanece relativamente en equilibrio. Sin embargo,
la especie humana no depende de un sólo tipo de presa para su subsistencia. Su
falta de especialización para un determinado nicho sumado a su inteligencia le
permite acceder a casi todos los nichos ecológicos que ella desee o que le sea
económicamente más favorable, pues tal es su ingenio. En consecuencia, el ser
humano puede perfectamente acabar con una población completa y seguir
subsistiendo de otras especies. También puede eliminar una especie que no le es
directamente provechosa o le es claramente dañina, mientras favorece a otra que
sí le es más útil. En fin, en el proceso de seleccionar determinadas especies,
puede acabar con algunas especies sin haber sido esa la intención.
El ser humano en cuanto especie animal tuvo sus orígenes
como un consumidor, principalmente secundario, tras haber provenido de
antepasados eminentemente herbívoros. En el curso del desarrollo cultural, que
presupuso un sustancial avance evolutivo de su inteligencia, adquirió
proporcionalmente mayor eficacia como depredador, evitando a la vez ser presa
fácil de sus propios depredadores. Pero también aprendió a conocer los
mecanismos del ecosistema para aprovecharse mejor de la energía que contiene.
Paulatina, pero exponencialmente, comenzó a dominar su propio medio y a
extenderlo a todos los ámbitos de la Tierra, trasponiendo o destruyendo nichos
ecológicos cada vez más numerosos. El uso del fuego hace medio millón de años
atrás y su dominio hace tan sólo unos cien mil años atrás significó que
diversas materias orgánicas ricas en energía y en aminoácidos, que derivan
directamente de los productores primarios pero que no eran comestibles, se
transformaran en alimentos mediante la cocción, la que rompe sus moléculas de
almidón, haciéndolas digeribles. La agricultura, nacida hace unos diez mil años
atrás, permitió apropiarse de algunos variados biotopos, y el pastoreo, surgido
por la misma época, significó seleccionar, adaptar y domesticar las variedades
para él más productivas de la biocenosis. Cada una de estas revoluciones
tecnológicas ha posibilitado a la especie humana una apropiación mayor de la
energía y de la materia orgánica contenida en la biocenocis, acceder a más
ecosistemas para transformarlos, independizarse de la precariedad de la
supervivencia y aumentar exponencialmente el número de su población.
En la actualidad, como muchas voces anuncian alarmadas,
la especie humana, por su creciente número de individuos, su cada vez más
avanzada tecnología, su enorme y creciente capital acumulado y su
insaciabilidad, ha transpuesto posiblemente el umbral que permite la
subsistencia de los ecosistemas y, por tanto, de la biosfera. Los seres humanos
no sólo están agotando los limitados recursos orgánicos del ciclo de la materia
orgánica, sino que los están deteriorando aceleradamente por la contaminación
que genera su desenfrenada producción y consumo por poblaciones cada vez más
numerosas y ávidas. El desarrollo creciente de la especie humana tiene por
contraparte el agotamiento de los recursos naturales. Aquí el problema no es
tanto la futura escasez de energía, aunque nuestro desarrollo económico tenga
por base los hidrocarburos fósiles, ya en proceso de extinción. El problema que
se avecina lo constituye la supuesta creciente disminución de macromoléculas
orgánicas, base de la alimentación de los seres humanos, actualmente sufriendo
un explosivo crecimiento demográfico. También el problema se refiere a las
especies animales que integran las cadenas alimentarias, muchas de las cuales
están extintas irreversiblemente o están en real peligro de extinción.
Mientras la energía es abundante y la tecnología puede
encontrar otros medios para obtenerla, el volumen de biomasa es limitado y está
en acelerada disminución. Esta biomasa es la que se produce mediante la
fotosíntesis, proceso en el cual la tecnología aún no puede intervenir si no es
para ayudar a que se realice con mayor efectividad. Ella está limitada por la
cantidad que está quedando en la biosfera, espacio del universo muy
restringido, y que constituye nuestro único hábitat posible. Por su parte, el
consumo de más energía por parte de los seres humanos terminará por
intensificar la explotación de los recursos biológicos que restan. Lo peculiar
del caso es que no es toda la población humana por igual la causante del fuerte
desequilibrio ecológico en el que nos estamos sumiendo, sino las minorías
altamente consumidoras y cada vez más poderosas de los países desarrollados.
Éstas, además, inducen una explosión demográfica que no sólo causa mayores
penurias a los más desvalidos, cuyo número sigue aumentando, sino que también
los mismos miserables, por su elevado número, contribuyen con su cuota de
ninguna manera marginal al agotamiento de la biosfera.
El ser humano es parte del todo social, pero cada uno
constituye un todo en sí mismo, con derechos inalienables que el todo social
debe respetar. En forma análoga, podemos suponer que la especie humana no
solamente es la cúspide de la evolución biológica, sino que también del
universo, precisamente por la capacidad de pensamiento abstracto y racional de
sus individuos. Sin embargo, también es parte de la biosfera, de la cual
constituye una especie más de la biocenosis. En este segundo respecto, no
existe derecho alguno que excuse la voracidad y la multiplicación de sus
individuos. El amplio mandato expresado al comienzo del libro del Génesis: "Y creó Dios al hombre a
imagen suya, a imagen de Dios los creó, y los creó macho y hembra; y los
bendijo Dios, diciéndoles: «Procread y multiplicaos, y henchid la tierra;
sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre
los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra»" (Gen 1,
27-28), está imponiendo a la especie humana el límite más obvio de todos: no
destruir la Creación divina. "Dominad" significa también cuidad,
conoced, respetad. La limitación de su derecho proviene del hecho que la
especie humana es parte del gran ecosistema terrestre, y si subsiste allí es
porque necesita convivir con otras especies.
Su inteligencia ha llevado al ser humano, por una parte,
a constituirse en la especie biológica más exitosa de la biosfera, y, por la
otra, al límite mismo de las posibilidades de la biosfera, pasado el cual es
predecible tanto su propia destrucción como gran parte de su ambiente. La
pregunta que sigue es: ¿podrá también su inteligencia salvarlo de este
manifiestamente terrible destino? La respuesta es desconocida en el presente, y
muchos ecólogos aseguran que no va quedando mucho tiempo para responderla.
Además, quien tiene la inteligencia es la persona individual, pero ni la
sociedad ni la cultura la poseen. Una inteligencia individual no es rival del
ímpetu de la masa. Muchas veces los movimientos sociales y culturales alteran
la historia con la fuerza de su falta de inteligencia.
La paradoja de la especie humana con relación a la biosfera
es que, por una parte, su inédito éxito se ha debido al ingenio de algunos
pocos de sus individuos que han producido tecnologías eficientes e innovadoras,
junto con la gran capacidad de aprendizaje y comunicación de los individuos que
la constituyen. Por decenas de milenios, a los seres humanos les bastó el hacha
de piedra. La lanza tardó mucho tiempo en aparecer. El arco y la flecha fueron
grandes innovaciones. La innovación tecnológica es en la actualidad una
ocurrencia cotidiana. Tanto la inventiva como el aprendizaje han posibilitado a
los seres humanos la obtención de recursos desde toda la biodiversidad y de
todos los nichos del ecosistema. Este hecho los diferencia radicalmente de las
otras especies que depredan dentro de su propio nicho biológico. Además, la
destrucción de la biodiversidad que acompaña su explotación trabaja contra su
propio éxito. La demanda que actualmente hace la biosfera a la noosfera, por
así decir, es simplemente el establecimiento del desarrollo sustentable, amén
de evitar holocaustos nucleares.
Si el destino de la especie humana es incierto, el
destino de todo organismo viviente es fatalmente seguro: terminar como alimento
de otro. Sin embargo, un organismo mientras vive, sobrevive en la necesaria
interrelación depredador-presa del ecosistema, porque posee una cierta
funcionalidad para sobrevivir frente a la agresividad del medio ambiente hasta
que decae y muere o es muerto. La razón fundamental es que lo que interesa al
mecanismo de la prolongación de la especie, forjadora de un código genético
cada vez más eficiente, es que el organismo sea apto, es decir, que pueda
reproducirse y criar prole a su vez apta, lo que significa tener la capacidad
para sobrevivir en un medio en transformación. La selección natural que caracteriza
el mecanismo de la evolución biológica no es otra cosa que la subsistencia de
aquellas unidades genéticas de la especie que contribuyen a que los individuos
lleguen a sobrevivir y procrear prole fecunda en un medio competitivo y
cambiante.
Evidentemente no interesa en esta perspectiva lo que al
organismo individual pueda ocurrirle después de ese cometido o función, por muy
miserable y penosa que se torne su existencia posterior. Así, en muchas
especies la totalidad de los individuos terminan sus existencias violentamente
como alimento de sus depredadores cuando dejan de ser funcionalmente aptos,
cuando las respuestas del organismo se debilitan, y antes de que sobrevenga una
muerte natural más apacible. En otras, la vejez es fuente de dolencias sin remisión
y de sufrimientos que sólo la muerte termina por aplacarlos. El objetivo de la
supervivencia individual, para el cual evitar el dolor es funcional, deja de
tener importancia en el desarrollo del organismo biológico cuando el periodo
para la reproducción se ha cumplido y ya no puede seguir desempeñándose.
Ciertamente, la evolución no contempla dentro de las ventajas adaptativas la
vejez feliz. Tal condición se da según la sabiduría y espiritualidad
individual.
El mecanismo de la evolución biológica puede conformar
estructuras para funciones específicas relacionadas con la supervivencia y la
reproducción y que, además, pueden ser extremadamente funcionales en otros
aspectos. La extraordinaria funcionalidad del cerebro humano, por ejemplo, nos
permite realizar una enorme cantidad de funciones intelectuales que no son
realmente imprescindibles para nuestra supervivencia y reproducción. De este
modo, una estructura que emergió para una finalidad determinada puede
desempeñar funciones mucho más complejas que la finalidad para la que se
estructuró primitivamente, que subsanan las deficiencias de la evolución para
garantizar una mejor calidad de vida, como asegurar el sustento, curar
enfermedades y aliviar el dolor. En este orden de cosas, podemos pensar que nuestro
mundo es el mejor mundo posible en la perspectiva de la especie humana, en
tanto permite su subsistencia, pero es evidente que no lo es necesariamente en
la perspectiva de la supervivencia de un ser humano individual, quien está
consciente de su diario sufrimiento y de que algún día deberá morir, y sobre
todo cuando su mente le permite imaginar mundos mucho mejores, como contraste
con tener conciencia de su desmedrada situación y con lo terrible que puede
llegar a imaginar su propio destino.
Si pensáramos que la subsistencia de la especie tuviera
que depender exclusivamente, por ejemplo, de la educación de los niños,
deberíamos aceptar que un periodo histórico de mala educación haría peligrar la
especie. Puesto que la subsistencia de cualquier especie, incluida la humana,
depende de su condicionamiento biológico, éste debiera ser respetado en
cualquier decisión política. Este conocimiento no surge de principios
filosóficos a partir de la razón y que luego se codifican en un supuesto
derecho natural, sino que deriva de hallazgos científicos cuyas teorías pueden
sintetizarse a un nivel superior que podríamos llamar, ahora sí, filosofía.
Hasta ahora las toscas y burdas ingenierías sociales, que no han tenido el más
mínimo respeto por la persona ni por el delicado entramado de la biología, han
causado las espantosas tragedias humanas de las que el siglo XX ha tenido que
padecer tan a menudo.